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El Presidente sordo y ciego

Presidente sordo y ciego critica politicaPor: Juan Ramón Martínez
Lobo no nos escucha; ni ve el grado de incomodidad en que estamos viviendo. No le importa el desempleo que le cierra las puertas a los más jóvenes miembros de la población económicamente activa, la ansiedad que sufrimos por el riesgo de ser asaltados, secuestrados o asesinados, el peligro de ser robados por el gobierno que sigue gastando el dinero de todos a manos llenas; y tampoco el que la imagen de nuestro país anime a naciones “enemigas” a intervenir en los asuntos internos que sólo nos corresponde a los hondureños.
Tampoco le interesa comunicarse con sus compatriotas. Prefiere dar declaraciones en el exterior, donde dice despropósitos; y hace promesas que tienen muy poco que ver con sus deseos y sus aspiraciones. Igual que Zelaya, cree que lo externo es más importante que el frente interno.
En el escenario del poder en donde se mueve, opera dentro de una lógica que no tiene que ver con nuestras vidas. Mientras nosotros creemos que el poder público es un servicio para lograr el beneficio para la mayoría de los ciudadanos, para Lobo y sus amigos, — liberales nacionalistas, populistas, socialistas y marxistas rezagados– el poder es útil para objetivos personales. En vez de buscar nuestra satisfacción, buscan la propia. No tiene objetivos nacionales operativos; ni le preocupa siquiera la esperanza de los hondureños en un destino mejor. Sólo tiene sus propios apetitos y el sentimiento que el territorio nacional, las instituciones públicas, los bienes colectivos y la actividad de los ciudadanos les pertenece. Igual que otros en el cercano pasado, creen que el país es suyo; y que la disputa con los poderes que les han quitado algo de influencia no es para dárselo al pueblo sino para ellos, sus familiares y sus amigos.
No tiene conciencia en consecuencia que debe que rendirle cuentas a la ciudadanía. Y que ésta, en forma natural está obligada a valorar si la unidad nacional que propala es otro engaño. Si el convertir a Zelaya en un mártir, al cual se le olvidan los errores y delitos cometidos, parte a la sociedad en buenos y malos, con el perjuicio para su propia estabilidad, de forma que ha terminado por creer que los intentaron modificar el estado de derecho y cambiar el modelo económico –para seguir el camino de Cuba y Venezuela– son la mayoría de los hondureños y no una minoría que se reconoce por la pasión sectaria, la vocación lastimera y la incapacidad de ofrecerle a los que sufren, alguna esperanza.
Por todo lo anterior, Lobo Sosa es políticamente, un sordo y un ciego. No puede escuchar lo que se dice en la radio sobre la falta de empleo, la disminución de recursos para suplir la mesa en donde se satisface el hambre de las mayorías. Ni tampoco puede ver los reclamos de la población que se queja de la incapacidad del gobierno para ofrecerle, esperanza siquiera que el acoso que sufre por parte de los criminales, se reducirá algún día. La tasa de seguridad, impuesta en contra de la voluntad de los supuestos cooperantes, afectará a la economía, incrementará el desempleo y estimulará el crecimiento de la delincuencia. Para coronar los desaciertos de Lobo Sosa, la policía –con más dinero e impunidad– sin las reformas para frenar los apetitos humanos de sus miembros, se precipitará por los caminos de la corrupción. Y no dará los nuevos resultados anunciados.
Un hombre ciego y sordo, que no nos escucha –y que además finge que lo hace para demostrarnos su superioridad en el ejercicio de la manipulación– nos conduce al desastre. Destruirá al Partido Nacional, afectará a la generación de políticos jóvenes, postergando sus aspiraciones y sus deseos de servir al país; y le dará un fuerte impulso a la corrupción, contribuyendo a debilitar a las instituciones y a estimular la codicia de las naciones que quieren aprovechar estas falencias para intervenir en Honduras y dirigir a sus gobernantes, convirtiéndoles en verdaderos títeres de sus afanes expansionistas.
El respaldo interno que ha andado buscando, en líderes que no representan a nadie, volverá débiles sus pretensiones de buscar reformar la Constitución a la medida de sus apetitos. Explorara, con bobos que acepten conversar con él, fingiendo que les escucha, mientras prepara una nueva trampa en contra de la democracia. El “ciego” se quitará los lentes oscuros. Y seguirá riéndose de todos.