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CONVENCIONES Y ASPIRANTES (Por : Wilfredo Mayorga)

Los hondureños no deben preocuparse por la gripe porcina, la tuberculosis o el dengue hemorrágico. Están erradicados. Para lo que no hay vacunas es para la endémica “presidentitis” que no espera los periodos electorales para entrar en campaña en cuanto el virus de la enfermedad toca sus ambiciones.


Solo han transcurrido catorce meses -de los 48 que le corresponde- y el ciudadano Presidente se siente asediado por una media docena de correligionarios que buscan su bendición para sucederle en la primera magistratura de la nación. Los más próximos son aquellos que quieren dar el salto más corto, desde el mismo poder; los que presumen de presupuestos y ahorros concretos; los que le soplan al oído más piropos. Ha sido en uno y en otro partido tradicional.
Pero, Lobo hace honor a su apellido; es inteligente y sagaz. Tiene la experiencia de cuando fungió como presidente del Comité Central, donde unos lo halagaban y otros lo criticaban, silenciosa o abiertamente, para ostentar la candidatura oficial en 2005. Para él, la segunda fue la vencida, aunque está visto que pocos consiguen llegar a la presidencia del Ejecutivo desde la titularidad del Legislativo, fue persistente y lo consiguió.
San Pedro Sula fue bendecida turísticamente hace unos días durante la Convención Ordinaria del Partido Nacional. Mil delegados entre propietarios y suplentes (ya no son 128, como en el Congreso Nacional), caravanas de seguidores de los aspirantes presidenciales, funcionarios y admiradores del primer ciudadano del país, llenaron hoteles, casi atiborraron el Estadio Olímpico y caminaron por las peatonales sampedranas, en una fiesta cívica que solo se observa para la Feria Juniana.
En el evento se vio que las alianzas comienzan a funcionar. Las deliberaciones fueron presididas por el elegido de un grupo de precandidatos y no por quien pretendieron imponer. Los aplausos cálidos estuvieron reservados para quien sigue ostentando las decisiones mayoritarias, y no para los discursantes que ocuparon los últimos puntos de la agenda. Las grandes masas ya no simpatizan con oír las mismas promesas, y se fueron diluyendo al calor de los trópicos, unos hacia las playas y otros hacia sus lugares de origen.
Los liberales, seguramente, fueron los más atentos a la televisión. Desde la llanura es más fácil colegir las experiencias de los que están en las alturas. Son más visibles los errores y se pueden copiar algunos aciertos. Era la ocasión para apreciar más objetivamente la sinceridad de la euforia, el entusiasmo y la hipocresía. Pero los políticos no aprenden, la demagogia será siempre su estandarte prioritario y será bueno que las lecciones de hoy no se olviden mañana cuando vuelvan a recobrar la fe de su temporalmente derribado poderío.
El partido de la estrella solitaria está en plena efervescencia e innovación, según sus más elevados líderes. El socialismo es su futura carta de garantía para sostenerse arriba, ya eso de llamarse “conservadores” suena pasado de moda y hay que soplar los nuevos aires e insuflarlos en aquellos que apenas son neófitos en cuestiones de la política vernácula. Lo más probable es que estos vientos renovables sean incómodos para los que vienen enarbolando la bandera azul y blanco y su única estrella desde los tiempos de don Manuel Bonilla; no digamos a los veteranos admiradores del general Carías Andino que verán a sus hijos, nietos y bisnietos echar por la borda lo que con tanto sacrificio mantuvieron en alto: el galardón de verdaderos “cachurecos”.
Las convenciones tienen sus ventajas. Hay abrazos, sonrisas, lágrimas de felicidad, promesas, palabras encendidas de un futuro mejor, brindis y paseos. Los dueños de hoteles se regocijan por su clientela, los canales de televisión suben los ratings y sus cuentas bancarias, y los burócratas tienen la oportunidad de echar una cana al aire y olvidarse de la rutina en sus hogares y en sus trabajos. Falta que le preguntemos al pueblo...
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